La “carrera” o “profesión” de ser padres suele en oportunidades ser vista, sentida y en consecuencia llevada, como un proceso que no tiene fin. La situación, condiciones de vida y oportunidades para los jóvenes, a medida que han ido pasando los años, ha hecho que los hijos permanezcan más tiempo bajo la tutela y dependencia de los padres, situación que en cierta manera ha podido contribuir a que tal “carrera” se perciba de esa manera como que no tuviera fin.
Sin embargo, la realidad es que tarde o temprano, por las razones propias de una sana evolución siempre ha de llegar el momento que los hijos emprendan la retirada y dejen su hogar de origen para dar paso a su independencia, dar inicio a un nuevo proyecto de vida, casarse, tener su propio hogar, etc.
A pesar que como padres estamos conscientes que ese momento llegará, no siempre el mismo es recibido con beneplácito y por el contrario puede surgir uno de los momentos de mayor fragilidad, desde el punto de vista psicológico, que se convierte en una de las etapas más difíciles que han de enfrentar los padres que han construido su proyecto de vida sobre la exclusiva base de una familia regular.
Este problema es comúnmente conocido como el Síndrome del Nido Vacío, haciendo la alusión metafórica al vuelo que inevitablemente ha de dar el pichón una vez que sus alas están lo suficientemente desarrolladas y las condiciones de partida están dadas. Este hecho, que tal vez debería vivirse con una sensación de logro, y, en algunos casos, como un gran alivio, pasa a dejar un vacío tanto físico como emocional en esos padres que de pronto se encuentran con una sensación de vacío en sus vidas.
Si bien es cierto que ambos pueden sentir y experimentar ese vacío, suele ser más difícil para la madre afrontar la separación física y emocional de sus hijos, sobre todo cuando su paradigma de vida, una vez afrontada la maternidad, ha sido volcado a la casi exclusiva razón de ser de su existencia. Problema que se agrava aún más si se trata de una ama de casa que no ha trabajado fuera del hogar o de una madre soltera o separada que dedicó su vida sólo a jugar el rol de madre.
La manifestación del Síndrome
Este Síndrome se puede considerar como un trastorno afectivo emocional, que se puede manifestar de diferentes maneras sin que necesariamente se tenga conciencia de las causas de los síntomas o problemas que se manifiestan. Lo más común es la aparición de un cuadro depresivo donde aparecen los sentimientos de tristeza y de pérdida, problemas de insomnio o exceso de sueño, falta de apetito, cansancio inexplicable, pensamientos de no encontrar motivos para vivir, cuyas consecuencias se hacen sentir no sólo en el plano psíquico, sino también en el físico. Dado que, muchas veces no son conscientes de lo que les pasa, suelen acudir a la consulta del médico por diferentes dolencias físicas, manifestación o reaparición de enfermedades. Situación que, afectará a la persona integral, su cuerpo, su raciocinio, su libido, la autoimagen y valoración, las expectativas hacia el futuro, etc.
El vacío de la identidad
En muchos casos, la identidad de la persona, queda exclusivamente definida por el rol de madre que ha jugado en la custodia y educación de sus hijos, olvidando que además de madre es mujer, hija, esposa, trabajadora, profesional, amiga, etc. de manera que el vacío del nido se traduce en un vacío de identidad, en una pérdida del ser mismo al ya no contar con las responsabilidades propia de su rol de madre.
Esta identidad determinada por el rol de madre no necesariamente cambia porque la mujer mantenga o haya mantenido una actividad laboral o profesional, cuando su percepción de vida y razón de ser y de hacer, siempre ha sido bajo el lema de dar lo mejor de sí en la responsabilidad de velar, criar y educar a sus hijos.
La dinámica de la vida
Asumir conciencia de la situación es ya un paso hacia la adopción de medidas que sirvan de preparación para el momento de llegar a otra etapa más en la vida.
Porque definitivamente es una etapa del ciclo de vida que nos lleva desde el mismo nacimiento a ir experimentando cambios a lo largo de nuestra vida, que van desde la salida de un vientre protector, la niñez, la adolescencia, el matrimonio, el nacimiento de los hijos, y, con ellos, desde el primer día que osamos dejarlos solos en el colegio, hasta el día que dicen adiós y emprenden su propio vuelo.
Es necesario conocer estos ciclos para entender que son cambios normales e inevitables. De tal manera que nos vayamos preparando para enfrentar ese cambio, donde la familia se reduce y los padres vuelven a quedarse solos, como hace ya muchos años pero envueltos en una relación diferente.
¿Qué hacer?
Es muy poco probable evitar el proceso de autonomía de los hijos, y aunque muchos padres, temerosos de su propia inseguridad pueden jugar a la sobreprotección eterna, obviamente no resultaría psicológicamente saludable a sus hijos esa posición. De manera que cuando se acepta como inevitable y saludable ese proceso que ha de llegar, se estará en mejor condición de comenzar a trabajar dándole un cambio de significado. En lugar de vivirlo como una pérdida, podría asumirse como un periodo de crecimiento y posibilidades de autodesarrollo.
Se trata entonces de crecer con los hijos y saber adaptarse a sus distintas evoluciones. Como todo cambio, por positivo que este sea, siempre se experimentará un sentimiento de pérdida, pero también de satisfacción y alegría por el papel preponderante que se ha jugado en todo ese proceso de crecimiento.
Pensar que este proceso no va a afectar a los padres y más aún a la madre es quedarse en la negación de desarrollar y vivir el duelo de esa pérdida. Por eso es importante insistir que toda separación, y mucho más la de los hijos, conlleva un proceso de pérdida que es necesario asumir como normal y en consecuencia elaborarlo para aceptarlo. Es una nueva transición que requerirá ajustes para la continuidad de una vida sana.
Puede pensar en todas las cosas que ahora tiene tiempo para hacer como algunas que podemos señalar:
· Puede ser una ocasión para reavivar la relación de pareja
· Para reconocer los aspectos positivos de lo que acaba de concluir y de las oportunidades de la etapa que se abre.
· Puede ser la oportunidad para retomar aficiones o incluso iniciar nuevos hobbies.
· Vale la pena reordenar el tiempo y dedicar unas horas cada día al ejercicio físico, a las salidas y a entretenimientos diversos.
· Puede ser el momento de mudarse a un lugar más acorde con su nueva etapa. Un lugar a su medida y gusto, entretenido y fácil de manejar.
· Puede ser la oportunidad de organizar un viaje. Con la pareja, un familiar o un amigo o amiga.
· Es importante recordar que el hijo o hijos, estén cerca o estén lejos, están en un proceso de crecimiento y desarrollo pero siguen siendo sus hijos, y siempre se pueden hacer encuentros agradables y placenteros.
Por supuesto, en algunos casos este proceso, a pesar de todo puede ser muy duro. Siempre está la alternativa de conversar con alguien que haya ya pasado por ese proceso, o con un profesional que le ayude a elaborar el duelo de la mejor manera posible.
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